Corazones lejanos, alejados, buscando las palabras.
Buscando el fin de la furia, de la amargura, de la soledad.
Carentes de esperanza, llenos de añoranza. Ansiosos.
Hundidos en el abismo, odiados por nosotros mismos.
Ahogados en el extraño sopor, anclados en el pasado,
llenos de podrido amor, astillado y reventado,
como nuestras culpas, nuestros temores, nuestros sueños rotos,
todo nuestro alboroto, nuestros demonios,
las viejas canciones que aún levantan ampollas,
abren heridas, queman viejas biblias....
Como estrellas contempladas por ciegos,
por aquellos incapaces de soñar,
como llamas avivadas por la yesca del pecar,
monstruos varados a la orilla del dorado mar,
del asqueroso y odiado pero atesorado pecado,
vicio, desgracia, enfermedad del amar.
Como mil millones de sueños rotos
sepultando nuestros momificados cadáveres.
Como la vergüenza de nuestros padres,
el horror de nuestros mentores,
el fracaso de nuestros creadores.
Como el deseo de morir, y el cesar de todos los deseos,
como los congelados y temblorosos dedos,
escribiendo y quemándose junto a la llama.
Como la imposible calma, por la locura envenenada,
como el alma, perdida, y maldita, maldita, maldita;
vendida, perdida, jamás ostentada,
jamás creída, jamás pensada y jamás deseada
alma de animal, sin sitio en el corazón del soñador.
Otro calor, además del de nuestro interior infierno,
otro aliento, aparte del de la acechante muerte.
Otra suerte, aparte de la podrida por mil maldiciones.
Otros temores, que sean al menos más jóvenes que el tiempo.
Otro momento, algún momento y algún respiro que nos dejen vivir.
Y otro sentir, otro sentir que no esté desgastado,
no sea monótono y cansado, que no odie el torturado.
Tan lejos parece mi corazón de mi pecho que ni lo siento,
tan lejos debe estar todo lo amado
para que me resulte tan difícil alcanzarlo..........
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